18.9.08

La guitarra


Un día llegó un amigo a contarme que en su escuela (estábamos terminando la secundaria) algunos compañeros que tocaban guitarra se habían enterado de que este amigo aprendía de forma rápida y por demás ruidosa, el fino instrumento llamado "batería". En su alegría e impertinencia me recomendó como aspirante al grupo, pues sabía que yo deseaba hacer sonar a la guitarra y ya tenía una buena guitarra acústica que mis papás me habían regalado. Así, él armado con la investidura de baterista sin batería y yo de guitarrista en construcción fuimos al lugar acordado en día y hora para reunirnos con los demás miembros de la "banda". El lugar en cuestión era un parque (el centro de Tlalpan, para más señas) y yo sin conocer a nadie más al legar sólo escuché "allá están". Siempre me ha dado una ligera taquicardia eso de enfrentarme con nuevas personas y con palpitaciones pero confiado llegamos a conocer a los demás "músicos".

Me permito hacer un alto aquí para decirles que la guitarra eléctrica, para aquel que inicia en la guitarra acústica con ganas de "ascender" y ser eléctrico, es como un objeto que sólo existe en el aparador, en mi caso era el sueño cada vez que iba al centro comercial, una imagen tras el aparador y una consistencia, una textura, un sonido desconocido. No había guitarras bonitas o feas, no había sonido "vintage" o roquero. A pesar de ser los años 80 en México, aún se escuchaba mucha música de The Beatles y en la televisión aparecían videos de ellos con frecuencia, eran la imagen de la música y por supuesto de la guitarra.

Quisiera hacerles sentir el anhelo de la guitarra eléctrica sin realmente saber qué se anhela, querer algo para conocerlo con esa avidez como quien destapa un juguete nuevo (en realidad en ese momento era sólo un juguete más), pero lo que era realidad es que en ese momento, una tarde a la luz del sol, sin ser un día especialmente memorable por otra cosa, lo recuerdo como el día que conocí de cerca una guitarra eléctrica.

Hoy puedo describirlo de otra forma, no era una guitarra hermosa, ni de buena calidad, estaba sucia y al momento de llegar le estaban cambiando las cuerdas por lo cual estaba a medias, por decir algo, pero me produjo una emoción que sólo pude contener por la prudencia de no parecer, ante el flamante grupo, un tonto. La vi, con indiferencia, según yo, pero más con respeto o miedo, toqué la madera; hice algún comentario y esperé a que tuviera todas las cuerdas. Cuando las tuvo la tomé en posición y me sorprendió el peso y el "como se sentía", tan delgada, frágil y más pesada, el brazo tan insignificante, donde mis dedos, conocidos por no ser esos delicados apéndices que uno imagina en las manos de un músico, casi no cabían para hacer el acorde de La que me sabía en la guitarra acústica. Las cuerdas eran duras, de metal y cortaban las yemas de mis dedos apenas con indicios de callos de guitarra. Hice el acorde y traté de dar sonido, rasguee como estaba acostumbrado y casi no hubo sonido, una decepción. Yo esperaba un screaming, un sonido comprimidos, flnager, delay y poco reverb (hoy sé eso, ese día no)... nada, sólo un débil "tran" que en el bullicio de la calle no sonaba. Y sin embargo sabía que esa era la herramienta con la que se grababan discos, con la que los roqueros tocaba, con al que los Beatles sonaban y cantaban, había posibilidades.

Tal fue el gusto de conocerla, que ese día, sin ser mía, sabiendo que yo no tocaría esa guitarra, pues era de mi hoy buen amigo Roberto (miento, no era de él pero la tocaría porque era el mejor y los demás no sabíamos tocar la guitarra eléctrica) la cargué de regreso al lugar de ensayo (la sala de la casa de alguien y el sufrimiento de vecinos y habitantes) soñando en la guitarra que tendría algún dia y que sonaría comprimida, con un poco de reverb y apenas rompiendo el emulador del bulbo para dar un overdrive suave que he usado desde hace mucho... miento, tampoco sabía todo eso, pero lo aprendí.

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